La apatía es un trastorno conductual y emocional relativamente común en patologías neurológicas y psiquiátricas (Marin et al., 1991). Se trata del síntoma conductual más prevalente en personas con enfermedad de Alzheimer y enfermedad de Huntington (Zhao et al., 2016), siendo también muy frecuente en otras condiciones neurodegenerativas como la enfermedad de Parkinson (den Brok et al., 2015) o la demencia vascular (Staekenborg et al., 2009). Hasta un tercio de los supervivientes de ictus (Caeiro et al., 2013) y entre un 30-70% de las personas que han sufrido traumatismo craneoencefálico (Quang et al., 2023) pueden presentar apatía, y su prevalencia es también elevada en condiciones psiquiátricas como la esquizofrenia (Yazbek et al., 2014) o el trastorno depresivo mayor (Yuen et al., 2015). Más allá de las categorías clínicas, la apatía se ha observado también como rasgo o como expresión subclínica en la población sana, especialmente en las personas mayores (Brodaty et al., 2010; Pagonabarraga et al., 2015). El trastorno se caracteriza por un amplio abanico de consecuencias negativas tanto para los pacientes como para las personas de su entorno. Entre otras cosas, se ha asociado la apatía a un menor beneficio de la rehabilitación y una pobre recuperación, mayor riesgo de deterioro cognitivo y demencia, pérdida de autonomía física, social y financiera, sobrecarga del cuidador, pobre reintegración social, mayor probabilidad de sufrir síntomas depresivos, aumento de la incidencia de enfermedades cardiovasculares y mayor mortalidad (Arnould et al., 2015; Clarke et al., 2010; Dujardin et al., 2007; Hama et al., 2007; Starkstein et al., 2006). Además, el curso de la apatía tiende a ser tórpido, manteniéndose e incluso empeorando a lo largo del tiempo (Brodaty et al., 2013; Mayo et al., 2009). Este hecho, junto con la limitada eficacia de las intervenciones actuales, farmacológicas y no farmacológicas, dan cuenta de la gravedad de este trastorno (Fahed & Steffens, 2021).
La apatía puede definirse como “una disminución cuantitativa de la actividad dirigida a metas ya sea en las dimensiones conductual, cognitiva, emocional o social, en comparación con el funcionamiento previo en estas áreas, y que causa un impacto clínicamente significativo en el paciente, no pudiendo ser explicado exclusivamente por un nivel disminuido de conciencia, los efectos fisiológicos de una sustancia o cambios importantes en el entorno” (Robert et al., 2018). El paciente que sufre apatía puede mostrar un menor interés por las aficiones y los temas de conversación que antes le motivaban, necesita con frecuencia la instigación de otra persona para iniciar actividades, incluso tareas cotidianas, actividades que suele abandonar prematuramente cuando le requieren un cierto esfuerzo. Suele mostrarse plácidamente indiferente a todo lo que le rodea, a las necesidades y los sentimientos de sus seres queridos, incluso a su propia enfermedad. De hecho, resulta probablemente inapropiado afirmar que un paciente “sufre” de apatía ya que por lo general su mundo emocional, también las emociones negativas, se encuentra enormemente empobrecido.
Si bien en la última década han surgido algunos modelos específicos con el fin de explicar aspectos particulares de la apatía, tales como la disminución de la sensibilidad a las recompensas, la dificultad en la toma de decisiones asociadas a esfuerzo, o las alteraciones ejecutivas subyacentes y, si bien cada vez más autores defienden adoptar una perspectiva transdiagnóstico (Husain & Roiser, 2018), todavía no existe un marco teórico integrador que pueda abordar la complejidad de este fenómeno, con toda su heterogeneidad, de manera holística. Como señalaban Arnould y colaboradores, todavía no se conocen a ciencia cierta las bases neurobiológicas, cognitivas y emocionales de la apatía, así como la relación de esta con otras categorías nosológicas como la depresión (Arnould et al., 2013).Esto, junto con el terrible impacto de este trastorno para la vida de las personas afectadas y sus familiares, y la ausencia de intervenciones terapéuticas efectivas, subraya la necesidad de desarrollar modelos que integren diferentes perspectivas y que traten de dilucidar sus diferentes manifestaciones así como los mecanismos etiopatogénicos (cognitivos y neurobiológicos) subyacentes a ésta.
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David de Noreña Martínez
Miembro SENR